sábado, 21 de enero de 2012

ÚRSULA

TEXTO ESCRITO COMO EJERCICIO EN TALLER FUENTETAJA. 
Inspirado en una fotografía de una chica actual.
febrerodedosmildiez.


ÚRSULA

Úrsula se gestó en una placenta color lila. Su madre de ojos grandes, era nieta de un marinero noruego que, enamorado del sol mediterráneo y de Picasso, acabó viviendo en Málaga y casándose con la hija del dueño de la tasca más cercana a la lonja.

Los ojos grandes de la madre de Úrsula, miraban con admiración su minúsculo vientre que crecía lenta e imperceptiblemente durante los 7 meses que duró el primer y único embarazo que tendría. Fue un invierno volátil y cuadrado. Así lo pudo guardar sin problemas en su armario, entre las cajas de zapatos y fotografías. Un invierno gélido como ninguno, de olas bravas como cuchillas, y de olor afilado del que fue su único alimento aquellos meses, el pescado que ese mar torbellino y el negocio familiar ofrecía. Pensó que su hijo nacería con branquias y con la piel plata. Estuvo tranquila, hambrienta y muy sola esos meses metálicos de mitones sobre manos de madre que espera en un silencio roto por violines desafinados que se tensan y los maullidos de los gatos, que esperan impacientes las raspas cada día como equilibristas en el alfeizar de la ventana.

Úrsula llegó sin avisar una noche sin luna y de nieve fina que lo cubre todo para protegerlo de la maldad oscura. Nació en la costa del sol en pura noche, a orillas del Mediterráneo con cara de insecto. Úrsula era dos ojos esculpidos en altorelieve que casi no pestañeaban, la cara morada por el cordón umbilical enredado alrededor de su fino cuello, como una boa de actriz glamurosa, era larga, casi plana, de largas y estrechísimas extremidades, minúscula, silenciosa y tocada por dos mechones pelirrojos de pelo muy suave y un halo mágico que hipnotizaba.


Úrsula fue una niña solitaria en el colegio. Devoraba manzanas verdes y libros en el recreo sentada en los escalones de la puerta del fondo, con los pies para adentro y su bufanda de lana morada, a juego con sus ojeras, enredada en su cuello. Era de lo poco que comía durante el día, pues decía no tener apetito hasta que caía la noche. Era entonces cuando comía con desgana cuencos de ensalada, nueces y algo de pescado cuando su madre insistía mucho.
De adolescente vivía ensimismada bajo su flequillo y las clases de violín. Aprobaba sin problemas y fue cuando decidió rotundamente hacerse vegetariana. Cada noche, tras su cena vegetal, observaba a los gatos del alfeizar degustar los suculentos lenguados a la plancha que deberían haber sido el segundo plato de la cena de Úrsula, la única raspa que ahora salía a la ventana a fumar con sus dedos infinitos cada noche. Le gustaba sentir el frío en su cara, jugar con el humo del cigarro y pensar en icebergs. Pasaba las noches leyendo y revelando fotografía en el trastero.

Su apetito despertó una noche de verano y sintió la necesidad de ingerir helado para derretir el calor que la oprimía. Se deslizó de la cama y en bicicleta llegó a la gasolinera más cercana. Allí, comiendo helado sentada en la acera, descalza y en camisón, también despertó su instinto sexual al ver al gasolinero trabajando bajo las luces de neón. Volvió a casa pedaleando presa de una respiración entrecortada y rápida que no entendía muy bien.

Subió a su cuarto, se dejó caer sobre la cama de sábanas blancas, se desnudó y con los dedos todavía pringosos de helado de mora, se masturbó por primera vez. Sus patas largas y finas rechinaban con el bote acompasado del colchón, el camisón arrugado bajo su pedo simulaba una especie de alas, sus ojos como dos enormes manzanas verdes parecían salirse de las órbitas, el gasolinero estaba en su mente de manera obsesiva, tenía ganas de gritar, parecía poder olerle, podía viajar por las páginas de sus novelas favoritas, sus manos de violinista se dejaban llevar entre su vello y la viscosidad de su entrepierna pelirroja, sintió tanta sensación de hambre que se odió en un instante por su vida inapetente, a punto de llegar al climax, se imaginó estrangulando al gasolinero y esto le proporcionó tal placer que mientras alcanzaba su primer orgasmo consciente y activo, sació su hambre imaginando cómo devoraba a su víctima sin dejar rastro de él.

Esa noche, durmió profundo y largo. 
La nueva Úrsula había nacido, al día siguiente volvería a la gasolinera en el turno de noche y volvería a comer helado.

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