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Saboreo una salchicha* recalentada y miles de trozos de lechuga con mucho aceto de Módena mientras huele a ropa limpia en casa. Cena de poco amor propio, por supuesto, con pantalla de portátil y sin mantel incluido. Me ha vuelto a dar la medianoche y no estoy entre almohadones amantes leyendo mi libro con los dientes frescos yerbabuena y las patas de gallo en proceso de hidratación nocturna. Pero por lo visto así son los lunes de otoño. Oigo los contenedores de basura que en la minicalle en la que vivo van vaciando sus tripas en la gran trituradora mientras yo me voy llenando al triturar precisamente mi cena basurilla.
*He de alegar en mi defensa que eran tan sólo 5 trocitos de salchicha. De las ricas, de las buenas, de las de carne de verdaZ.
Tras una etapa tranquila, mis patas –esta vez no me refiero a las de gallo, sino a las auténticas, a las mullidas-, aunque todavía cojas protagonistas de un accidente que desbordaba falta de glamour francés y exceso de whisky escocés, quieren puzzle movimiento de piezas de paseo, de baile, de encontronazos por la ciudad, de pie que sigue el ritmo de mi mp4 rallado. Y el fin de semana, que se había convertido en el momento de descanso y de calma bajo el sol, ahora está a medio camino con nuevas diapositivas de la ciudad por la noche. Cenas de atún rojo, cañas con hermanos que te hacen sentir mayor, reecuentros con personajes luna, copas poperas, brindis con amigos del alma, labios carmín y karaokes. “Y ahí lo lleva, señora”: patas en movimiento y noches de fin de semana nos llevan al mismo sitio, a una noche de lunes de otoño en casa.
No estoy cansada, pero el cuerpo me pica por dentro, es desazón espolvoreada en mil patitas de hormiga que juegan con mi piel…me veo en la obligación de jugar con las palabras para conseguir el tercer capítulo de este juego sin contar nada en particular pero llenar el papel luz blanca de impactos de tinta negra.
*Y en este punto, todo mi respeto a los escritores mientras me tomo dos ciruelas amarillas bien redondas para equilibrar.
Quiero contaros algo, alguna idea personal que me haya rondado últimamente al balcón, y sólo doy con una reflexión estúpida fruto de mis últimas salidas nocturnas: ¿quién hará los videoclips de los karaokes? ¿Por qué cuando cantas Un velero llamado Libertad, aparecen unas esfinges egipcias de fondo? ¿Por qué siempre hay un lisiado? ¿Por qué tu canción no sale nunca si la gorda de la camiseta de leopardo ya se ha cantado todo el repertorio de Camela? ¿Por qué si no te conocen te ponen la versión corta del tema que has elegido? ¿Por qué siempre hay una monja, una embarazada y un médico en las pelis de aviones? ¿Por qué en otoño se componen sonatas? ¿Por qué en otoño? ¿ Se componen sonatas? ¿Por qué?
*Por cierto, me he debido descuidar estos días porque mi albornoz rojo de marquesa ha pasado la noche en la lavadora. Me voy a dormir mientras se seca, a ver si el otoño deja caer por aquí más sonatas.