miércoles, 17 de noviembre de 2010

CARACOL RIMA CON ESCRITOL


Cuando llueve uno se recoge por dentro. Somos organismos vivos y sin sol uno se pocha. No es tristeza literalmente, pero es un nosequé muy parecido a la tristeza, una tristeza muy literaria. Algo se detiene, el ritmo baja y comienzas a escuchar el goteo de tu desván cerebro. Temes resbalar con el charco del sótano. Viejas canciones nos mecen, y el alma pesa y se engorda, es más fácil que se roce con el abrigo, con la mesa del ordenador, con el que tienes al lado. A la altura del estómago se vuelve peluda y ansía un almohadón que la asfixie y la devuelva a su sitio. La lluvia nos hace deslizarnos por las líneas de la caracola concéntrica hasta nuestro epicentro de deseos, frustraciones, cosas por hacer, debilidades, ganas de materializar. Compraría un billete al pasado en un viaje exprés: a quedarme dormida en el regazo del abuelo con ese reloj de fondo, volvería a la época en la que pararse y dejarse vivir por un par de horas no era pecado, a tener mayores que gestionan la logística. Una sobremesa sobre sillón donde hablar tumbadas y bebiendo té entre mantas en la isla. La lluvia nos comparte, nos estruja, nos hace iguales, nos ayuda a parar, pensar, prensar, personalizar, perforar, pernoctar. Paraguas para todos. Respiremos la lluvia.