miércoles, 11 de enero de 2012

PESADILLA


Sentí la necesidad de escribirte en aquel momento. El hotel se me hacía cada vez más desconocido y hostil.

Todavía con la misma borrachera de la certeza que en el sueño, pero ya despierta.

Mi vida se derrumbó, se rompía del todo por dos pares de pupilas unidas por dos cuerdas de equilibrista, un par de mangos y el rosado de nuestros labios vírgenes, como quien mira un escaparate con la certeza de que esa prenda tiene su nombre.

No lo hice.

Ni dejarme llevar en el mundo de humo, ni escribirte al despertar.
Supliqué a la razón que me salvara.

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