domingo, 10 de octubre de 2010

EL FATÍDICO VIRUS DE LA DOBLE TILDE

Ddoommiinnggoo:: 
El otoño se va colando por cada ventana abierta, por casa boca que bosteza, por cada ojal sin botón, por los ombligos que pierden el moreno y los objetivos de los turistas. Tímido pero certero llega para quedarse. Tras un final de chicle lleno de sabor y sueños, el vendaval bofetada nos ha golpeado. Un portazo sin avisar que cambia de etapa y nos sitúa ante nuevas sensaciones, escenario, necesidades, deseos. El edredón abraza más fuerte, los paraguas danzan por las calles, la sopa de fideos hierve en la cocina, la lana promete ser nuestra segunda piel, los viajes recientes pasan a la caja de recuerdos. El virus del cambio, el virus de echar una llave y encontrar la nueva, el virus de la doble tilde, el virus de la bombilla que acompaña, el virus de la lágrima fácil, el virus de las arenas movedizas, el virus de las duchas calientes y los ibuprofenos, el virus de las botas de cuero y las bailarinas en el mismo paso de cebra, el virus de los despertadores y las zapatillas mullidas. Fall. Pero fall down. El otoño nos llora, nos queja, nos recoge, nos coge, nos despista, nos empuja, nos describe, nos etiqueta, nos baila, nos nosequea, nos jode, nos sonríe, nos confía una nueva hoja seca en blanco para escribir con una o con dos tildes lo que nos traiga.


miércoles, 6 de octubre de 2010

CON OJERAS, SIN VERGÜENZA, CON ALETAS


Calentamiento o handing:
Con ojeras, sin vergüenza, con cuerpo de otoño y calcetines de lana febriles. Con ganas de tocar el piano por tantos días de lluvia, de cocinar rico con luz baja y jazz, con recuerdos saltarines que piden la vez para saltar de la cabeza a la cazuela, con maletas inminentes. Como un caracol sobre el que describen círculos concéntricos cada vez más cómodos y estables. Metida en mi cubículo conectada por el cable umbilical a ahí fuera. Viendo el sol desde el cuarto piso sin ascensor y teniendo que mirar para arriba y de puntillas por el patio. Bajo las almohadas varios pijamas esperando la noche apropiada, las mariposas se posaron e ivernan junto a mi, el horno huele a romero y julieta, el vino tiñe la timidez sobria, las manos quieren amasar barro, los calendarios cambian sus oquedades, la ciudad respira nueva y expectante con un diafragma liberado por práctica miofascial. Merienda de ciruelas, me acuesto con escritores muertos sin conseguir conquistarles más que tres palabras antes del viaje. Desempolvando emociones que me acercan al Centro, a mi, el pez descubre el agua y estrena aletas nuevas de calma y poder. Cae la noche. Huelo a sushi.